Algo para todos

En el primer acto de El vergonzoso en palacio de Tirso de Molina, Mireno, el joven pastor a quien sus ansias de ascenso social han traído hasta la corte del duque de Avero, donde finge ser un hidalgo y llamarse don Dionís, muestra su sorpresa y desorientación después de que la hermosa hija del duque, Magdalena, le haya mostrado de manera más o menos velada la inclinación que siente hacia él. A pesar de que Mireno siente en su interior que la providencia le tiene prevenido un destino más alto que el que la humilde condición en que ha nacido le marcaba, el joven no puede decidirse a creer que una dama como Magdalena haya podido poner sus ojos en él. Se debate entonces en una lucha interna entre las esperanzas de conseguir ese medro que su corazón le dice que merece y el temor de salir malparado de un intento que va en contra de las leyes que rigen su mundo:

Pensamiento: ¿en qué entendéis?

Vos, que a las nubes subís,

decidme: ¿qué colegís

de lo que aquí visto habéis?

Declaraos, que bien podéis.

Decidme: tanto favor

¿nace de sólo el valor

que a quien es honra ennoblece,

o erraré si me parece

que ha entrado a la parte amor?

¡Jesús! ¡qué gran disparate!

Temerario atrevimiento

es el vuestro, pensamiento;

ni se imagine ni trate:

mi humildad el vuelo abate

con que sube el deseo vario (I, 1 358 – 1 373)

Mireno no es el único personaje que comparte estas incertidumbres: también lo hacía el Teodoro de El perro del hortelano, igualmente dividido entre su amor por su señora Diana y el temor a que, de resultas de los caprichos de la dama, fuese a salir malparado –pues ya se sabe que, dé el cántaro en la piedra o sea al revés, mal para el cántaro. En definitiva, estos dos personajes prototípicos del género que se  ha dado en llamar comedia palatina –aquella a la que Bances Candamo bautizara como comedia a fantasía– comparten un arquetipo común: el de Ícaro, el conocido personaje de la mitología griega que perece mientras intenta escapar junto con su padre Dédalo del laberinto en que han sido encerrados, gracias a unas alas hechas de plumas que el padre ha construido. En su huida, Ícaro, embriagado por la sensación de estar dejando atrás las ataduras que ligan al hombre con la tierra, se acerca tanto al sol que este derrite la cera con que las alas están pegadas a su cuerpo, por lo que acaba cayendo al mar, donde muere ahogado. En estas obras, Mireno y Teodoro –que son secretarios y, por lo tanto, trabajan con la pluma– sienten el temor de que su destino acabe siendo el del infortunado joven griego: elevados hacia el sol de sus poderosas amantes por las alas de su ambición, temen que el calor que las damas irradian acabe quemando la cera del favor y precipitándolos en el mar del justo castigo a quien se atreve a intentar salir del medio a que la naturaleza lo ha confinado.

La caduta d'Icaro, de Maso de San Friano

Por su parte, las protagonistas femeninas, como la Magdalena de El vergonzoso o la Diana de El perro tampoco quedan huérfanas de referente clásico. También en la construcción de estos personajes interviene la referencia a la mitología clásica: en su caso es Diana-Artemisa, la diosa virgen del panteón grecorromano, la que marca la pauta. Diana, diosa de la caza, desprecia el amor y castiga con dureza las intentonas amorosas de cualquier dios u hombre que intente aproximársele. Sin embargo, puesto que nadie puede escapar al poderoso influjo del niño Cupido, también ella acabará rendida de amor hacia el humilde pastor Endimión. Este es el mismo destino que aguarda a las protagonistas de Tirso y Lope, que no dudarán en utilizar todas las artes de su ingenio para salvar la distancia social que las separa del objeto de sus deseos y gozar del amor al que se habían mantenido reacias hasta entonces.

Diana ed Endimione, de Luca de Molfetta

 

El hecho de esta relación intertextual entre los personajes protagonistas de las más célebres comedias palatinas, observado y desarrollado por Marc Vitse en su clásico trabajo sobre la comedia española del siglo XVII, nos puede servir de excusa para ilustrar una de las más destacadas características del nuestro teatro clásico: la multiplicidad de lecturas y niveles de interpretación que permite, que se corresponde con la variedad del público que asiste al corral de comedias. Nobles de título, empobrecidos hidalgos urbanos, altos funcionarios, clérigos, artesanos, burgueses, soldados. Gentes de todas estas condiciones acudían al corral para entretenerse con lo que allí sucedía. El teatro tenía, por tanto, que aportar algo a cada uno de estos tipos de espectador –había distintos targets, como diría la mercadotecnia actual. Así pues, mientras el iletrado artesano o el valentón soldado disfrutaban asistiendo a los enredos que se producían entre la dama y el secretario, divertidos por la malicia y el descaro de la primera y por la confusión del segundo, los cultos, como el clérigo o el funcionario formado en Salamanca, apreciaban la referencia implícita a la mitología que las palabras y la peripecia de personajes como Mireno o Teodoro dibujaban.

Alta cultura y cultura popular inextricablemente mezcladas en ese producto inaugural de la modernidad que es el teatro barroco español. Arte capaz de interesar a un público que reproduce en la estrechez del corral la variedad de la sociedad, cuyas barreras se marcan claramente en el espacio del corral –atravesado por límites que separan a nobles y plebeyos, religiosos y seglares, hombres y mujeres- pero que a la vez los hace convivir en tanto que espectadores de una experiencia común para todos ellos. Pues, como dice otro de los personajes de El vergonzoso en palacio, Serafina,

En la comedia, los ojos

¿no se deleitan y ven

mil cosas que hacen que estén

olvidados tus enojos?

La música, ¿no recrea

el oído, y el discreto

no gusta allí del conceto

y la traza que desea?

Para el alegre, ¿no hay risa?

Para el triste, ¿no hay tristeza?

Para el agudo, ¿agudeza?

Allí el necio, ¿no se avisa?

El ignorante, ¿no sabe?

¿No hay guerra para el valiente,

consejos para el prudente,

y autoridad para el grave? (II, 1 859 – 1 874)

 

David Guinart Palomares // Universitat de València

2 comentarios en “Algo para todos

  1. Gracias. Bueno, lo único que he hecho ha sido «fusilar» un poco las hipótesis de Vitse sobre la comedia palatina y relacionarlas con el tema del público de los corrales, con el fin de dar algunas ideas sobre el teatro clásico a los posibles lectores no profesionales que se puedan dejar caer por aquí. Yo sí que estoy aprendiendo muchas cosas de todos vosotros.

    Un saludo.

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