La experiencia religiosa de los autos sacramentales… hoy en día

Si en un atrevido vuelo imaginativo conseguimos retrotraernos al año 1663 y si, además, acercamos nuestro hipotético zoom hasta la Plaza Mayor de Madrid un 24 de mayo, asistiríamos, como la mayoría habrá ya adivinado, a uno de los mayores acontecimientos religiosos, pero también teatrales, de nuestro siglo áureo. Me estoy refiriendo, naturalmente, a la representación de un auto sacramental, concretamente a El divino Orfeo.

En esa época Calderón de la Barca hacía tiempo ya que, con plena justicia, se había hecho con el monopolio de creación de unas piezas dramáticas en las que, por medio de la transposición alegórica y de la grandiosidad escenográfica, la totalidad del público asistía a un acontecimiento en el que las tres dimensiones que definen al auto como género, lo teológico, lo ritual y lo artístico, quedaban perfectamente articuladas.

Como decía una de mis más recordadas maestras, Evangelina Rodríguez, si bien el auto calderoniano, desde el punto de vista ideológico, revela una rígida ideología ortodoxa que corre pareja a su voluntad proselitista, también es cierto que, en lo que atañe a los recursos escénicos, este se aproxima mucho más que cualquier otro género a la prácticas dramáticas modernas. Y efectivamente, en la post-post-modernidad –permitidme el palabro–, una tiende a pensar que la valoración crítica sobre estas piezas se inclina más hacia sus hallazgos dramáticos y artísticos, que hacia el contenido eucarístico y trascendental que la acercaban, y al parecer aún lo hace, al espectador.

Digo esto porque a mi regreso de Pamplona, donde había asistido a un intenso congreso sobre los autos de tan distinguida pluma (Congreso Internacional: Ingenio, teología y drama en los autos de Calderón), sentada en un autobús repleto de viajeros dormidos, no podía dejar de pensar en una de las ponencias a las que había asistido esa misma tarde –no la más erudita, aunque no por ello la menos interesante–. En ella, Francisco Bueno García, miembro de la granadina compañía Mira de Amescua, contaba para mi sorpresa que, recuperando sus breves experiencias teatrales iniciadas en el Seminario Diocesano, desde 1994 venía desarrollando con su compañía una actividad teatral que contaba ya en su haber con más de 81 representaciones de autos de Calderón.

Sin ser una compañía profesional y, salvando las distancias, la compañía Mira de Amescua, invitada por los ayuntamientos o concertándose con los representantes de iglesias o catedrales, está reproduciendo la actividad teatral de un Antonio Escamilla, un Alonso de Riquelme o un Pedro de la Rosa –todos ellos autores teatrales (directores) de la escena barroca–, convocando a las tablas a personajes como Naturaleza humana, Envidia, Herejía…, en definitiva, a toda la cohorte de personajes alegóricos que habitan en el universo del auto.

La sorpresa me llegó cuando el conferenciante, sin apenas reservas, afirmaba que el público que asistía a sus representaciones comprendía perfecta y cabalmente los autos que compusiera Calderón hace más de 300 años. Yo me permitiría, en ese punto, poner en cuarentena dicha aseveración. Por más que el público asistente fuese mayoritariamente religioso, la conjunción de un cauce lingüístico en forma de verso, con un rico decorado verbal al que se suma la complejidad de las correspondencias alegóricas y el variado entretejido de fuentes que atraviesan los autos sacramentales, impide que una mirada laica como la mía acepte sin reservas esa comprensión por parte del público de la que tan seguro estaba Francisco Bueno.

De lo que no tengo la menor duda es de que, con un correcto montaje de la obra y pese a la complejidad conceptual inherente al género, lo mismo ocurría en tiempos de Calderón, estas «comedias a honor y gloria del Pan», como las denominó en cierta ocasión Lope de Vega, tienen en potencia una gran eficacia dramática y una plasticidad sumamente sugestiva capaz de embelesar al espectador de cualquier época. Don Pedro sabía muy bien lo que se hacía cuando se trataba de traer al mundo una obra dramática. Sabría perfectamente que entre su público habría gente de muy variada formación a la que debía llegar desde los distintos frentes de su buen saber hacer como hombre de teatro.

Desde que supe de la existencia de piezas como los autos sacramentales, siempre me he preguntado qué sentiría un espectador contemporáneo de Calderón al asistir a tan grandioso espectáculo, sobre todo cuando reparo en que dicho espectador nada sabe de la sobresaturación de estímulos que nos rodean hoy en día. Por más que el asiento de este autobús que me lleva de regreso a casa se convirtiese, por obra del cualquier personaje sobrenatural del auto, en la butaca de la máquina ideada por H.G. Wells, nunca tendré respuesta a esa pregunta. Y es que ni Calderón ni yo, para bien o para mal, podemos dejar de ser hijos de nuestro tiempo.

Rosa Durá // Universitat de València

Representación de El gran teatro del mundo

6 comentarios en “La experiencia religiosa de los autos sacramentales… hoy en día

  1. Muy interesante el post. Como muchos, siempre me he preguntado de qué modo podía comprender y disfrutar un hombre de a pie del mil seiscientos los autos sacramentales, cargados de cuestiones teológicas, alegorías y compleja retórica.. Así que más me sorprende todavía que el público post-postmoderno pueda entender este tipo de teatro..

  2. Podemos hacer todavía el experimento, incluso. Recuerdo la primera vez que asistí al Misteri d’Elx (cosa muy teológica y muy dogmática y muy doctrinal, como queráis) y la sensación que tuvimos (público del siglo XXI) es de un sobrecogimiento y una emoción in-pre-concebibles.
    Si en el siglo XXI esto sucede, y ya pocas cosas espectaculares nos sacuden el ánimo (Lady Gaga sí, por ejemplo: ciertos conciertos multitudinarios), ya no quiero pensar en un público medieval.
    Esto como experiencia parangonable a los autos.

    Otra cuestión: se representan poco, ¿no?

  3. Me parece que el teatro religioso lo tiene difícil para cautivar al espectador adogmático (afortunadamente) actual. Hace poco, en el Teatro Principal de Valencia, se representó por la Compañía Nacional el drama teológico «El condenado por desconfiado». El tema de la obra es la pugna entre el libre albedrío y la predestinación divina, una cuestión que preocupaba profundamente a los hombres del Siglo de Oro. Pese a la calidad del montaje, el mensaje y la dura carga religiosa hacían un poco indigesto el espectáculo para los asistentes menos duchos en teatro clásico (que son la gran mayoría, habituada a identificar teatro clásico con comedia de enredos, entretenimiento y risas). El resultado fue caras de extrañeza o despago a la salida del teatro.

    El Misteri d’Elx, bueno, creo que su fascinación merecería un post aparte… 😉

  4. Drama teológico en el Principal de Valencia!
    Bueno, según la teoría del péndulo, ahora nos esperan 6 meses de musicales, pepe sancho y benavente, así que no hay que tener remordimientos.

  5. Algunos montajes de Ana Zamora, como El misterio del Cristo de los Gascones o El auto de los Reyes Magos, demuestran cómo ese teatro aún nos puede sobrecoger, aunque sea desde lo estético.
    Y en cuanto a los autos, habría que preguntarle a los que hace casi veinte años tuvieron la suerte de asistir a la Fiesta barroca que organizaron la CNTC y el ayuntamiento de Madrid

  6. No dudes, querida Rosa, de lo que dije en Pamplona. Seguramente una afirmación tunda en el sentido de que TODOS LOS ASISTENTES comprendes perfectamente la teología y el misterio de los autos no es adecuada. Sí lo es que una gran mayoría los comprende y se emociona con ese teatro. ¿Hacemos una prueba? El día 14 de mayo representamos en la catedral de Pamplona LA HIDALGA DEL VALLE. Al finalizar la obra me dices si te he convencido. Un abrazo. Paco Bueno. Compañía Mira de Amescua

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