Víspera de compañía es la farándula, con tres mujeres y un repertorio de casi diez obras. Sus desplazamientos, a diferencia de los anteriores grupos, se llevan a cabo, íntegramente, sobre mulos o carros, lo que les permite llevar ya dos arcas para vestuarios y complementos más complejos (el texto nos dice que tienen “buenos vestidos”, sombreros con plumas o cascos con veletas). Resulta muy interesante la referencia al comportamiento escénico de alguno de sus personajes: “Hay Laumedones de ojos, decídselo vos, que se enamoran por debajo de las faldas de los sombreros, haciendo señas con las manos y visajes con los rostros, torciéndose los mostachos”. Vemos que se trataría sobre todo de un trabajo gestual en el que los ojos, o mejor dicho la forma de mirar (suponemos, intensamente, como corresponde a un enamorado), las diferentes muecas más o menos exageradas y el arreglo del bigote, jugarían un papel fundamental.
Y ya llegamos a la compañía, con sus treinta personas, de las cuales dieciséis representan, con sus trescientas arrobas de hato (repletas de gusarapas y baratijas) y su repertorio de cincuenta comedias. Rojas destaca la importancia de la preparación y el ensayo de cada obra: “Son sus trabajos excesivos, por ser los estudios tantos, lo ensayos tan continuos y los gustos tan diversos”. Estos actores se trasladan lo más cómodamente posible, sin contentarse con el carro, pues se trata de gente especialmente delicada y sensible, además de discreta y honrada.
Parece que Rojas centra su atención en un punto que no había tratado en el resto de agrupaciones: la personalidad de los componentes de la compañía. Con ello, ¿pretende afirmarlos como superiores en contraste con los siete anteriores grupos comentados? En cualquier caso, la diferencia fundamental entre éstos y la compañía es la posesión de un título, es decir, un documento oficial que concedía el Consejo Real en nombre de Su Majestad para representar, y este permiso sólo lo poseen las compañías.
Para Teresa Ferrer Valls este pasaje de El viaje entretenido, el cual hemos analizado en El patio de comedias de formar pormenorizada y a lo largo tres entradas, poseería un carácter más satírico que real, ya que la frontera entre algunas de las agrupaciones resulta poco consistente. Según apunta Ferrer, el hecho de que los interlocutores Ríos y Ramírez se asombren de tal variedad de formaciones de actores y muestren su desconocimiento en la materia es muy revelador, pues Ríos y Ramírez se dedicaban al teatro. Así pues:
“Aunque se deba tomar con prudencia, el pasaje es testimonio del apogeo de formaciones teatrales de desigual relieve y de la importancia real, de cara a la diversión del público de a pie, de todas aquellas formaciones improvisadas, asentadas probablemente sin mediación de contrato, no oficiales, que recorrían en aquellos momentos la Península. En realidad, la línea divisoria más clara es la que se establece entre la agrupación que Solano llama compañía y todas las demás. División que la práctica legal vendría a corroborar al establecer la existencia de tan sólo dos categorías: compañías de título (…) y compañías de la legua, cuyos componentes representaban en pueblos pequeños, es decir, quedaban al margen de los canales y lugares oficiales de producción teatral.”
Para terminar con este repaso al estado del teatro español a finales del XVI, décadas antes de la eclosión de la comedia barroca y de la revolución teatral lopesca, rescatamos la mirada infantil de Cervantes en su famoso Prólogo a las Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, nunca representados. Testimonio mítico para entender el proceso de profesionalización del teatro español, el fragmento en prosa cervantino nos traslada a una época de entrañable precariedad y esencialidad contenida: la comedia española, reina de la referencias culturales hispánicas en el siglo XXI, también estuvo en pañales.
«En el tiempo de este célebre español [Lope de Rueda], todos los aparatos de un autor de comedias se encerraban en un costal y se cifraban en cuatro pellicos blancos guarnecidos de guadamecí dorado y en cuatro barbas y cabelleras y cuatrocayados, poco más o menos. Las comedias eran los coloquios como églogas, entre dos o tres pastores y alguna pastora; aderezábanlas y dilatábanlas con dos o tres entremeses, ya de negra, ya de rufián, ya de bobo y ya de vizcaíno: que todas estas cuatro figuras y otras muchas hacía el tal Lope con la mayor excelencia y propiedad que pudiera imaginarse. No había en aquel tiempo tramoyas ni desafíos de moros y cristianos, a pie ni a caballo; no había figura que saliese o pareciese salir del centro de la tierra por lo hueco del teatro, al cual componían cuatro bancos en cuadro y cuatro o seis tablas encima, con que se levantaba del suelo cuatro palmos; ni menos bajaban de cielo nubes con ángeles o con almas. El adorno del teatro era una manta vieja, tirada con dos cordeles de una parte a otra, que hacía lo que llaman vestuario, detrás de la cual estan los músicos, cantando sin guitarra algún romance antiguo.»
Purificació Mascarell // Universitat de València